12 de marzo de 2012

UNA CIUDAD CONSTRUIDA POR SIGNOS

—Los signos forman una lengua, pero no la que crees conocer.
-  Tu, mi querido lector, ¿que interpretas de todo esto?

Raramente el ojo se detiene en una cosa, y es cuando la ha reconocido como el signo de otra. El ojo no ve cosas sino figuras de cosas que significan otras cosas: las tenazas indican la casa del sacamuelas, el jarro, la taberna, las alabardas el cuerpo de guardia, la balanza el herborista.

Claro que también en Lekuie llegará el día en que mi único deseo será partir. No hay lenguaje sin engaño, que duda cabe, ¿o no?
El hombre que viaja y no conoce todavía la ciudad que le espera al cabo del camino, se pregunta cómo será el palacio real, el cuartel, el molino, el teatro, el bazar. Todos estos elementos se organizan formando un círculo alrededor del cementerio. Es ahí donde la ciudad cobra vida: los intérpretes se esconden en las tumbas; de una fosa a la otra se responden trinos de flautas, acordes de arpas. Es aquí donde a lo largo de todos los años se han ido recogiendo las memorias:la memoria es redundante; repite los signos para que la ciudad empiece a existir. De esta forma, mientras la ciudad muere y se almacena en el cementerio, los signos nacen y resurgen dando sentido a la ciudad de Lekuie.
La periferia esta amurallada por edificios que se pierden en lo alto. En todos los rascacielos hay alguien que se vuelve loco, todos los locos se pasan horas en las cornisas, entendiendo la lógica de la metrópoli. En la forma que el azar y el viento dan a las nubes el hombre ya esta entregado a reconocer figuras: un velero, una mano, un elefante...

Cada hombre lleva en la mente una ciudad hecha sólo de diferencias, una ciudad sin figuras y sin forma, y las ciudades particulares la rellenan.

El hombre da vueltas y vueltas y no tiene sino dudas: como no consigue distinguir los puntos de la ciudad, aun los puntos que están claros en su mente se le mezclan. Deduce esto: si la existencia en todos sus momentos es toda ella misma, la ciudad de Lekuie es el lugar de la existencia indivisible. ¿Pero por qué, entonces, la ciudad? ¿Que línea separa el dentro del fuera, el estruendo de las ruedas del aullido de los lobos? Esta es su inmediata conclusión: la memoria es redundante; repite los signos para que la ciudad empiece a existir.

De todos los cambios de lengua que debe enfrentar el viajero en tierras lejanas, ninguno iguala al que le espera en la ciudad de Lekuie, porque no se refiere a las palabras sino a las cosas.

Comprendí que debía liberarme de las imágenes que hasta entonces me habían anunciado las cosas que buscaba: sólo entonces lograría entender el lenguaje de Lekuie. Claro que también en Lekuie llegará el día en que mi único deseo será partir.

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